No pensaba escribir esta semana
en el blog. Estoy enfadada con la vida. Y mucho. Y solo me apetece escribir
cosas que a poca gente le gusta leer. O mejor dicho, me apetecía. He cambiado
de opinión al querer compartir con vosotros una de esas cosas que hacen que te
reconcilies con ella. Con la vida digo. Que aunque es muy perra, a veces por
cosas como esta, merece la pena. Y mucho.
¿Merecía la pena? Volver digo. Ya os dije que volvía para volver
a volver. Y hoy vuelvo. Por cosas como estas. Porque si fuese por cosas como
aquellas no volvería nunca. Porque no la merece. Porque es volver para nada. Y
para nada, es mejor no volver. De donde sea que estuviera. De donde quiera que
esté. De donde quiera que estés. Sé que me sonríes.
Os habréis dado cuenta, ya que
algo de mi inteligencia se os va pegando semana a semana, que se trata de un
anuncio de Campofrío. Supongo que también os habréis dado cuenta, y si no ya os
lo digo yo, de que se trata de algo mucho más que eso. Se trata de una lección
de vida de 7 minutos. O mejor dicho, de un canto a la vida, a esa que a veces
duele, y mucho, pero que otras veces enamora, y más. Mucho más. Se trata de una
devolución de amor. Y… ¿Se puede devolver algo más bonito que el amor? Yo creo
que no…
Son 7 minutos que llegan al alma.
Espero que para quedarse. En el mío ya se quedaron. Y en momentos como los de
ahora, los rescato de ese rincón del alma, donde tengo la pena que me dejo tu
adiós. Donde guardo tu presencia. Donde también guardo la esperanza en un mundo
mejor. Ahí busco el consuelo para mi corazón. En las cosas pequeñitas, como las
que aparecen en esos siete minutos. En esas cositas que para mí son tan
grandes.
7 minutos de sensaciones, de
ilusiones… 7 minutos de corazones. De amor. De pasión. De felicidad, que bonito
nombre tienes. 7 minutos de historia de una vida. 7 minutos que estremecen, que
conmueven, que vidrian los ojos. 7 minutos de humanidad, en tierra de máquinas.
7 minutos que nos demuestran que el ser humano puede ser maravilloso. Y tú lo
eras. Y mucho. Y más.
Y ya lo dice el hijo, porque su
padre se lo enseñó, que hay dos maneras de tomarse la vida. Puedes vivir lamentándote
por lo que te falta, quejándote por el sentido que la vida no te dio. O puedes
aprovecharla al máximo con lo que tienes. Aunque te falte. Aunque no esté.
Aunque te duela. Y te duela mucho. Con el recuerdo. Con el pasado en tu
presente, de la mano hacia un futuro. Porque estás. Donde quiera que estés,
estás. Siempre.
Y suena Nessun Dorma. Y no
estamos en el Santiago Bernabeu. Tampoco en tu Vicente Calderón. Y tu duermes.
Pero al alba vencerás. Vencerás... Como tu Atleti.
A él... a su sonrisa…
Foto: deviantArt.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario