miércoles, 24 de abril de 2013

¿Sabéis qué os digo?

No os voy a aburrir con mis planes de entrenamiento -que no tengo, porque cada vez soy menos disciplinada... ¡oah!¡horror!-, ni con las carreras a las que me he apuntado y que espero no me tengan que recoger con pala del suelo. No os voy a hablar de lo feliz que fui la semana pasada con ese tiempo tan maravilloso, de lo regularmente feliz que soy ésta, con un tiempo aceptable y de lo endemoniadamente triste que voy a ser la siguiente, de vuelta al invierno... ¡en mayo!

Paso de hablar de lo dichosa que ha de sentirse una a pesar de no estar en su sitio, del nuevo anuncio de Desigual -pienso darle desde aquí cero como cero cero de publicidad-, del pluriempleo. No, no voy a hablar de
la gente que sale con un espíritu ultra deportivo y sano a correr, que llevan años entrenando para vivir una experiencia única y que unos locos les pagan con la muerte -o con la muerte en vida, en el mejor de los casos-.

Evito comentar con vosotros las muertes de señoras cercanas a ser nonagenarias, con inmensos fastos fúnebres, muy sentidos -¡qué rápido se olvidan algunas cosas!-. Evito también opinar si se acepta o no un resultado electoral cogido con pinzas o si la realeza española se anima al éxodo del desierto. Me cuesta, pero no diré si me agrada o desagrada la imputación de personas por negocios turbios, tengan sangre azul o roja.

La champions, la Euroliga de Baloncesto, Montecarlo -como mi móvil- o cualquier carrera de motos y de coches, que tanto pedigree dan al deporte español, carecen de interés para mí. No importa quién pierda o quién gane, ¿y sabéis por qué, fans? Porque este mes de abril yo he tenido un regalo inmenso. La vida me ha vuelto a mostrar el milagro de la vida y aún me dura la felicidad que hace que lo demás pueda ser banal. Estoy tan contenta y asombrada... ¡Que dure! ¡Chin, chin!

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