viernes, 24 de febrero de 2012

Mi Diario de invierno

Que algo más que saber juntar palabras hace falta para escribir, no es ningún misterio. Yo, por lo menos, lo intento en mis breves posts; y Paul, a ciencia cierta, lo hace en sus maravillosas novelas. No puedo ocultar mi alegría freak level, a la vuelta de la firma de libros de uno de mis autores favoritos: Paul Auster, quien hace que sus novelas, cotidianas, cobren un valor especial, haciendo reflexionar hasta al más irreflexivo, haciendo emocionarse hasta al menos emotivo. Sus líneas tienen la fuerza que muchas veces no somos capaces de sacar de nuestros adentros, porque son la viva realidad, lejana a cualquier mundo de películas que hace que nuestras expectativas sean siempre las de tener el trabajo, la familia, el televisor grande que te cagas, la lavadora, el coche, el equipo de Compact Disc, el abrelatas eléctrico, buena salud, colesterol bajo, seguro dental, hipoteca, piso piloto, ropa deportiva, traje de marca, bricolaje, teleconcursos, comida basura, niños, paseos por el parque, jornada de 9 a 5, jugar al golf, lavar el coche, jerseis elegantes, Navidades en familia, planes de pensiones, desgravaciones fiscales...

La realidad es otra, y no es tan bonita. Es más bien al estilo de Casablanca, muy agridulce, con un posible final feliz, peeeeeero.... ahí es donde está la esencia de la vida, en el tira y afloja de lo bonito y lo feo, sin saber exactamente cuál será el desenlace que el azar, el destino -al más puro estilo Auster- nos tiene preparado.


Hoy -y digo hoy porque para mí es 23 de febrero hasta que me acueste, y de momento, aquí estoy dándole a la tecla-, se conmemoraban muchas cosas en mi vida. Demasiadas. Un compendio de lo dulce y lo amargo en mi corta existencia. Yo no existía cuando en el Congreso se lió parda aquel 23 F, pero esta fecha la tengo en mí grabada a fuego, no se me pasa por alto... y a partir de hoy, pondré ese puntito de luz, acordándome que fue este día cuando un garabato en un libro traído de Nueva York me haría extremadamente feliz... porque, lo creáis o no,  a mí la cultura me marca muchísimo y me hace recordar épocas amargas con cierto cariño. El Palacio de la Luna ya lo hizo, como también lo hizo Humphrey Bogart, con el corazón destrozado por Ingrid Bergman, consolándose con que siempre tendrían París, sabiendo que nunca sería así. Setenta años después, una Rick Blaine de la vida -vamos, yo- se consuela con que siempre tendrá Brooklyn -para olvidar, no para rememorar-... Doy gracias, de corazón, al cine por haberme traído una de las mejores películas de todos los tiempos. Así que creo que cada vigésimo tercer día del segundo mes de cada año me despertaré diciendo: ¡Tócala otra vez, Sam!


1 comentario:

  1. Comparto tu pasión por Brooklyn, por Casablanca y por Auster. Lo que daría por un garabato como el que tienes tú!

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